
Ja Morant es el jugador más divertido que existe hoy en la NBA. El rey de las piruetas, el Peter Pan que esquiva a su propia sombra, conduce a la armada joven a un país del nunca jamás que se construye y se esfuma noche a noche.
Morant sonríe, salta y grita. Incluso baila. Solo le falta cacarear para que la imagen sea perfecta: los relojes se derriten cada vez que ataca la llave con balón dominado.
Ahora bien, ¿es Morant el mejor jugador de la Liga? No. O mejor dicho: aún no. La NBA trae consigo este engaño recurrente: saltar más alto, tirar de más lejos o anotar con desafío permanente a la ley de la gravedad no convierte a nadie en el número uno. Lo más importante es hacer mejores a los demás y ganar. Y para sonreír en junio hay que estar en detalles que hoy le faltan a un talento generacional de esta clase suprema.
Sí, aún quedan detalles por mejorar
Michael Jordan pasó seis temporadas enteras virgen de títulos de campeón. El jugador que para muchos es el mejor de todos los tiempos tuvo que atravesar la enseñanza que la propia Liga provoca en cada frustración que se presenta. Sí, claro, después ganó seis y nunca perdió una definición de campeonato, pero citamos a Jordan porque Morant tiene mucho de la primera versión del escolta de North Carolina. No significa que alcance su techo ni mucho menos, sino que vale la pena aclarar que esta es la cuarta temporada del base de Dalzell en los Memphis Grizzlies y que es lógico que queden cosas por mejorar.
La fruta muchas veces no madura, pero cuando se produce ese milagro no siempre lo hace al mismo tiempo que el fruto de al lado. Morant puede ser un Hall of Famer futuro pero necesita crecer en términos de básquetbol puro, esa parte del juego que nada tiene que ver con el talento innato de cualquier atleta.
La destreza física de Ja es única, pero puede traer problemas. Morant es, quizás, el atleta más versátil de toda la NBA y uno de los más elásticos de todos los tiempos. Su juego es letal en el primer paso hacia el aro y cuando rompe la primera línea es casi imposible detenerlo sin falta. El problema no está en esa capacidad, sino en la toma de decisiones. No siempre es posible hacerlo y no siempre es el momento ideal para tomar esa ruta. Esta es, quizás, la primera kryptonita de Morant en su crecimiento: no es un escolta tradicional ni tampoco un base natural. Elegir los caminos adecuados, a la hora adecuada, le ayudará a ganar muchos más partidos con los Grizzlies.
El básquetbol es un juego de equipo. Es tal el crecimiento que Ja ha tenido en el último tiempo que todos se rinden a sus pies. Directivos, entrenadores, jugadores, fanáticos. Esta Morant-dependencia tiene momentos maravillosos pero otros que dejan un poco que desear. Tiene el séptimo usage-rate (32) de toda la NBA y esa cantidad de tiempo con la pelota en sus manos se traduce en puntos, asistencias, pero también en pérdidas de balón (promedia cuatro por partido incluyendo seis en el juego inicial ante New York Knicks). Nunca es demasiado bueno que una única persona tenga la suma del poder público en el ambiente que sea.
El tiro desde detrás del arco. Esto no es un punto flaco, es una incógnita. ¿Nos quedamos con el 83.3% en el triunfo ante los Houston Rockets o con la nulidad de intentos en la caída ante Dallas Mavericks? La técnica de lanzamiento no es la ideal ni tampoco la velocidad de ejecución a la hora de tirar con oposición cercana. Sin embargo, Morant ha mejorado mucho en este aspecto. Aún no es un tirador elite y por ende las defensas se preocupan más por su paso imposible hacia el aro que por controlar su lanzamiento. Si crece en este rubro puede convertirse en letal para cualquier defensa. (Véase: Stephen Curry. Agréguese: una turbina en cada gemelo).
El sueño de Morant es el de nosotros
Como dijimos antes, aún quedan detalles por pulir en su camino hacia el trono mayúsculo. Aún no es el mejor jugador de la Liga, pero… ¿Qué plan mejor podemos tener todos que seguirlo de cerca para ver si logra convertirse en el número uno? El contenido nos lleva al pragmatismo extremo, pero también, por qué no, la forma nos invita al disfrute.
Agresivo, alegre, flexible, Morant nos entrega un pasaje de regreso a la infancia. Volver a jugar por jugar. Sonreír en un mundo de adultos. Por momentos, en esos escasos segundos hacia el aro, Ja es inmortal. La ventana se abre y Morant vuelve a ser un niño. La sombra que lo persigue y no lo alcanza. Solo un recuerdo feliz. Solo eso. Ahora hace un dribbling, dos, y despega. Los piratas enfurecidos quedan desparramados con sus espadas sobre el parquet. Los binoculares apuntan. Sus seguidores aplauden y sonríen. Eligen creer. Ahí va de nuevo, una vez más, el rey de la armada joven. Ja Morant, Peter Pan, o dos sueños que confluyen en uno solo.
Bailar, cantar, gritar y sonreír. Abre sus alas imaginarias y vuela. Morant, una vez más, no salta: vuela.
Y junto a él, por supuesto, volamos todos nosotros.